
La fiesta de Año Nuevo más antigua que se ha registrado se celebraba en la
ciudad de Babilonia, cuyas ruinas se alzan cerca de la moderna ciudad de
Al-Illah, en Irak. Se situaba a fines de marzo, en el equinoccio vernal o de
primavera, esto es, al comenzar esta estación, y los actos festivos duraban
once días. Los festejos modernos palidecen si se comparan con ellos. Los
iniciaba un sumo sacerdote que, haciéndose levantando dos horas antes del alba
y tras bañarse en las aguas sagradas del Éufrates, ofrecía un himno al dios
local de la agricultura, Marduk, orando para pedir un nuevo ciclo de cosechas
abundantes. Se pasaba la grupa de un carnero decapitado por los muros del
templo, a fin de absorber todo contagio que pudiera infestar el sagrado
edificio y, por extensión, la cosecha del año siguiente. La ceremonia recibía
el nombre de Kuppuru, palabra que apareció entre los hebreos casi al mismo
tiempo, en su día de Reparación, o Yom Kippur.
Después de la conversión de Roma al cristianismo en el siglo IV, los
emperadores siguieron organizando celebraciones de Año Nuevo. Sin embargo, la
naciente Iglesia abolió todas las prácticas paganas (es decir, no cristianas),
y por tanto condenó estas festividades como escandalosas y prohibió a los
cristianos su participación en ellas. A medida que la Iglesia consiguió
conversos y poder, planificó estrafalariamente sus propias fiestas para
competir con las paganas, en muchas ocasiones aprovechándose de su popularidad.
Para rivalizar con la fiesta de Año Nuevo, el 1 de enero, la Iglesia estableció
su propia festividad en la misma fecha, la Circuncisión del Señor, que todavía
observan católicos, luteranos, episcopalianos y numerosas Iglesias ortodoxas
de Oriente.
Durante la Edad Media, la Iglesia se mantuvo tan hostil al antiguo Año
Nuevo pagano, que en las ciudades y países predominantemente católicos esta
celebración desapareció por completo, Y cuando periódicamente volvía a
resurgir, quedaba relegada al olvido en poco tiempo y casi en todas partes. En
cierta época, durante la Baja Edad Media. Desde el siglo XI al XIII, los
británicos celebraban el Año Nuevo el 25 de marzo, los franceses el domingo de
Pascua, y los italianos el día de Navidad, que era entonces el 15 de
diciembre; sólo en la Península Ibérica se observaba el 1 de enero. La
aceptación general de esta fecha sólo data de los últimos 400 años.
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